Un grupo de 81 jubilados crea una comunidad utópica en la que vivir autónomamente

A finales de los noventa un grupo de amigos de Madrid entrados en la
cincuentena pensaron que sería “bonito” vivir juntos una vez jubilados.
Felisa Laíz, maestra de primaria entonces, recuerda la historia junto a
Pepa Salamanca, una septuagenaria abrumadoramente risueña. Se pusieron
en contacto con otras personas que perseguían la misma idea. En el año
2000 un centenar de jubilados en puertas formaron Trabensol como
sociedad cooperativa y comenzó la búsqueda de terrenos por toda España.
En grupos, patearon la Península en busca del rincón perfecto para
instalarse.
Torremocha de Jarama fue el lugar elegido, un municipio de 917
habitantes gobernados desde 1979 por el mismo alcalde de un partido
independiente y con una oposición ecologista. Allí han levantado un
complejo de 6.720 metros cuadrados con 54 apartamentos y zonas comunes
donde viven oficialmente desde el pasado fin de semana, aunque la
portavoz, Laíz, lleva ya instalada tres meses en sus 52 metros
cuadrados.
El sábado decidieron invitar a los vecinos del pueblo a conocer sus
10 bloques de dos pisos pintados de miel y amarillo con huerto a las
espaldas. Más de medio centenar acudieron a la invitación. A la mayoría
les gusta la idea, otros matizan: “Los pueblos son complicados,
funcionan con sus propios códigos. Incluso con un proyecto excepcional
el que viene de fuera es un intruso”. Un aviso que no hizo mella en los
jubilados, esa es su nueva casa a todos los efectos: se están
empadronando en el pueblo, han registrado los coches y van a hacer que
el centro de salud tenga el doble de trabajo. Han cambiado su médico de
cabecera a Torremocha porque quieren seguir usando la sanidad pública. Y
cuando lo necesiten, contratarán asistencia especial a cargo de la
comunidad vecinal.
Laíz recurre a la memoria para explicar las razones de esta aventura.
Vio a sus abuelos y padres envejecer en sus casas sin poder atenderles
al 100% por falta de tiempo. “Queríamos decidir sobre nuestro propio
futuro. Es algo que no suele hacerse”. Y tampoco depender de un sistema que deja a la mayoría de los jubilados fuera. “En las residencias públicas no somos admitidos por tener hijos o propiedades, y las privadas no están al alcance de una pensión media”, justifica.
Laíz da paso a Juan Luis Olives mientras mueve la cabeza sonriente.
Sabe que lo explicará todo al detalle. Tiene 73 años, tez bronceada y
viste camisa blanca de lino. La viva imagen de la felicidad. Trabajaba
en archivos y bibliotecas universitarias, una labor que alimentó un
cerebro organizado y detallista. Cuenta que desde el principio el grupo
se planteó ser muy participativo y democrático. “Nos reunimos para todo,
desde elegir la constructora al color de cada una de las paredes. A
veces tratamos un tema durante días”. Lo corrobora Paloma Rodríguez, una
activista feminista que ahora preside Trabensol. Cumplirá 70 años en
unos días. Su pelo gris oscuro, rizado a mechones sobre la frente, es el
único indicio.
La portavoz enumera con voz pausada las actividades que ellos mismos
organizan para toda la jornada. Desde el taichi para los madrugadores a
la contemplación de estrellas para los noctívagos. Han sido ciudadanos
responsables socialmente a lo largo de la vida: miembros de asociaciones
culturales y de vecinos, cooperativistas de enseñanza, o voluntarios. Y
todos tienen un enfoque místico de la vida que han plasmado en la
llamada Sala de Espiritualidad, donde la semana pasada hubo un concierto de cuencos tibetanos que resonaron en los largos pasillos.
Su nuevo hogar fue construido con un presupuesto de cinco millones de
euros de los que tres fueron concedidos con un crédito hipotecario por
la banca ética Fiare. Pertenece a la italiana Banca Popolare Etica, una
entidad con ausencia de lucro adscrita a un Fondo de Garantía de la
Unión Europea. Financia en España 29 proyectos. El resto ha sido
ahorrado por los socios a lo largo de los años, vendiendo sus propias
viviendas o con préstamos. Para formar parte de la cooperativa hay que
hacer un pago de 145.000 euros. Esa cantidad no da derecho a “poseer”
nada, todos insisten en esto. José María García, el exfuncionario de voz
grave que hace de profesor de taichi, explica que la base capital es
que no hay propiedad, es cesión en uso. “Mi apartamento no es mío ni
nunca lo será. Eso a la gente le choca muchísimo. Pero nada de esto es a
fondo perdido”. Si te vas la cooperativa te devuelve la cantidad
aportada inicialmente; si mueres se destina a lo que dicte el
testamento.
La portavoz ha puesto todos sus ahorros y su pensión en esto. Todos
lo han hecho. Para mantener el complejo hay unas cuotas mensuales de uso
y consumo. Laíz y su marido pagan 1.050 euros al mes porque son dos. Si
el alojamiento está sin ocupar el coste es de 682 euros; para una sola
persona 850 euros. Esto incluye la comida central que se sirve en un
diáfano salón con mesas que están desprendiéndose del olor a madera
nueva. Estas cuotas están destinadas a pagar los servicios que ya
funcionan, todos enfocados a la biosostenibilidad. La Comunidad de
Madrid subvencionó el proyecto con 82.000 euros y Endesa les dio el
segundo premio de sostenibilidad en 2011. Desde el gimnasio hasta el
baño terapéutico está climatizado por geotermia.
Los expertos apoyan la iniciativa. Mariana Galdós, psicóloga
especializada en la tercera edad, asegura que la convivencia continua es
enriquecedora y aleja la sensación de soledad. “Todo depende de cada
individuo. Lo importante es que mantengan la mente abierta y positiva”.
Esa mentalidad es la base de esta tendencia en la vivienda, el cohousing nació en los años sesenta en Dinamarca.
Se basa en compartir espacios comunes y mantener la intimidad en la
propia vivienda. En España está empezando a despegar impulsada por la
crisis. “Pero no hay nada como lo que hemos construido”, asegura Laíz.
Es cierto. Valladolid, Málaga y Losar de la Vera en Cáceres tienen
proyectos que nacieron con la misma idea. Finalmente, se han convertido
en centros para mayores al uso o en bloques de apartamentos para
jubilados. Todo lo que no quería este grupo que ha plantado en sus
jardines decenas de ginkgos biloba, un árbol
superviviente del Jurásico. Allí, por la noche, charlan y cantan. En
Trabensol afinan bien: ya aportan dos nuevas voces al coro de
Torremocha.