El sueño es algo necesario para sobrevivir y gozar de buena salud, pero todavía no se sabe por qué se necesita el sueño ni exactamente cómo nos beneficia. Las necesidades individuales de sueño varían ampliamente y en los adultos sanos van desde tan sólo 4 horas diarias de sueño hasta incluso 9 horas. En general, las personas duermen de noche aunque muchas lo hacen durante el día debido a sus horarios de trabajo, situación que a menudo ocasiona trastornos del sueño.
El sueño se modifica con la edad, tanto en cuanto al número de horas dormidas, es decir, la cantidad, como en su calidad, donde se encuentran las diferencias más importantes.
Mientras dormimos, la actividad cerebral va pasando por una serie de fases que se suceden de forma regular en ciclos de unos 90 minutos, ciclos que se repiten unas cuatro o cinco veces en toda la noche. Estas fases van desde un sueño ligero a uno profundo, aquel que proporciona la sensación de haber tenido un descanso realmente reparador. En la persona adulta suelen producirse también un par de despertares por noche, aunque de muy corta duración y, en muchas ocasiones, imperceptibles para quien duerme, ya que suelen coincidir con momentos en que se cambia de posición.
Con la edad, no obstante, suelen aparecer una mayor cantidad de estos despertares nocturnos, con la diferencia de que son lo suficientemente largos como para permitir tomar conciencia de ellos. También se produce una prolongación de la fase de inicio del sueño, o lo que es lo mismo, la persona tarda más en dormirse desde que se va a la cama. Asimismo, se presenta una pérdida progresiva de la fase de sueño profundo. Todos estos cambios configuran las importantes modificaciones que se presentan en las personas de edad avanzada, a los que en ocasiones se suman enfermedades completamente independientes del sueño pero que pueden hacer también pasar la noche en vela.
El insomnio es la dificultad para conciliar el sueño o permanecer dormido, o una alteración en el patrón del sueño que, al despertarse, lleva a la percepción de que el sueño ha sido insuficiente.
El insomnio no es una enfermedad sino un síntoma. Puede ser consecuencia de diversos trastornos emocionales y físicos y del uso de medicamentos. La dificultad para conciliar el sueño es frecuente entre jóvenes y ancianos y a menudo se manifiesta en el curso de alteraciones emocionales como ansiedad, nerviosismo, depresión o temor. Incluso hay personas que tienen dificultades para conciliar el sueño simplemente porque no experimentan cansancio, ni físico ni mental.
Las personas con una alteración en su patrón de sueño pueden experimentar inversiones en el ritmo del sueño, es decir, concilian el sueño a horas inadecuadas y no pueden dormir cuando deberían hacerlo. Las inversiones en el ritmo del sueño reflejan generalmente un desfase horario por un viaje en avión (especialmente de este a oeste), turnos de trabajo nocturnos irregulares, cambios frecuentes de horarios o el abuso de bebidas alcohólicas. A veces se debe al efecto secundario de un fármaco. El patrón de sueño puede verse alterado por lesiones al reloj interno del cerebro (causadas por una encefalitis, un ictus, o una enfermedad de Alzheimer, por ejemplo).
Las personas de edad experimentan cambios asociados con el sueño que habitualmente no requieren tratamiento porque se trata de cambios normales. Dado que probablemente el número total de horas de sueño disminuye con la edad, puede ser útil para las personas mayores irse a dormir más tarde o levantarse más temprano. Las personas con insomnio pueden mejorar su estado si permanecen tranquilas y relajadas durante la hora antes de acostarse, procurando crear en sus habitaciones una atmósfera que invite al sueño. Para ello se requiere luz tenue, el mínimo de ruido posible y una temperatura agradable en la habitación.
Para conseguir un descanso suficiente, se recomienda procurar un entorno apropiado, además de intentar seguir una regularidad horaria que ayude a conciliar el sueño. Las tendencias sedentarias de las personas de mayor edad también aumentan los problemas de insomnio, mientras que la realización de ejercicio, aunque sólo sea andar de una forma adecuada a la edad y situación física de cada uno, suele proporcionar una clara mejoría.
Los medicamentos diuréticos son también a veces culpables de los despertares, y una simple redistribución horaria de su toma puede aportar resultados significativos. El tratamiento con algún fármaco para dormir lo instaurará el médico en función del tipo de insomnio que se padezca: insomnio de inicio (cuando existe una dificultad para conciliar el sueño), desvelos o despertares frecuentes, despertar precoz, o incluso una combinación de todos ellos. Se hará siempre de forma totalmente individualizada según las enfermedades que se padezcan.
Si la causa del insomnio se debe al estrés emocional, resultará más útil un tratamiento para aliviar el estrés en lugar de tomar medicamentos para dormir. Cuando el insomnio se manifiesta con depresión se debe acudir al médico, quien hará una valoración global y prescribirá un tratamiento. Ciertos antidepresivos suelen inducir el sueño debido a sus propiedades sedantes.
Un tratamiento prolongado puede producir dependencia del mismo para conciliar el sueño.