y no fue en la escuela (que en ella también aprendí), fue en esa barbería que mi padre había heredado de su padre y el a su vez del abuelo de mi padre.
Desde los cinco años yo ya ayudaba a mi padre en las tareas de esa barbería. Cuando venía del colegio, atendía a los animales y les traía comida. Por las tardes abría mi padre la barbería, y como su ilusión era que yo también aprendiera el oficio, quiso también tenerme a su lado.
Al principio sólo me ocupaba yo de llevarle el agua caliente para cada afeitado pero con el tiempo empecé a enjabonar el rostro de los clientes subido en una cajita de madera que mi padre con cuatro tablas construyó.
A veces, mientras enjabonaba a un cliente, como era muy tarde porque la barbería estaba abierta hasta las doce o la una de la madrugada nos quedábamos dormidos el paisano y yo casi al unísono.
Las mejores reuniones de barbería se daban los sábados por la noche, cuando la mayoría de los vecinos acudían a afeitarse para ir a misa el domingo. Como trabajadores del campo, su momento de relacionarse era la barbería donde cada uno contaba sus historias a veces creíbles y otras…no tanto.
Yo con mis seis u ocho años ‘alucinaba’ con todo aquello que esos abuelos de la época expresaban con tanto interés. A veces estaba tan entusiasmado escuchando sus historias que no oía lo que mi padre me demandaba.
Hablamos de personas que habían estado en la guerra de Cuba, personas que habían pasado la guerra de nuestra querida España. Eran momentos dónde los efectos de la posguerra todavía flotaban en el ambiente, en los que todavía se podían ver las cartillas de racionamiento.
En todo este ‘maremágnum’ ellos hablaban cada uno con su sapiencia, y este niño que en esos momentos empezaba a contactar con la realidad de la vida, iba grabando todo aquello que ellos contaban.
Estaba el más rico, el señor Miguel, el que no tenia tanto se le nombraba el tío Ángel y aquel que vivía prácticamente de la limosna simplemente te le nombraba como el Aniceto; sin olvidarnos de que el cura era don Marciano. También estaban el secretario, el boticario, el maestro o el alcalde que era uno más de los labradores del pueblo.
Todo esto sucedía en un pueblecito de la Provincia de Segovia, en Olombrada enclavado en la meseta castellana, que en aquellos años tenía unos 400 vecinos, donde posiblemente había más de 800 yuntas de ganado para labrar la tierra. Este lugar que me vio nacer y esta barbería fue mi primera universidad de la vida, sabiduría que yo capte en esos hombres del campo, que sus estudios fueron las labores del campo y la cultura las que la misma naturaleza y los animales les enseñaron. ¡Benditos años aquellos donde yo aprendí!
Via: Emiliano Gozalo en la revista "Zona Senior" (Nº 2)