Ante todo debemos hacer del comer, un acto consciente. El estrés, las obligaciones y las tensiones, han provocado la transformación de nuestra nutrición en algo mecánico o apenas placentero. Nuestros problemas de salud (que todos arrastramos, como consecuencia de años de errores) nos deben servir como incentivo para que comencemos a modificar nuestros hábitos, prestando atención a qué y cómo comemos.
Tampoco es cuestión de caer en extremismos y andar contabilizando y estudiando cada cosa que llevamos a la boca. Pero sí comenzar a mejorar la calidad de nuestra nutrición y en definitiva la calidad de vida. Atender al equilibrio ácido-básico de nuestro organismo nos permitirá eliminar una gran cantidad de síntomas, muchos de los cuales ya los consideramos normales, de tanto convivir con ellos.
El éxito del cambio de actitud se basa en el gradualismo. Teniendo noción sobre que alimentos son acidificantes y cuales alcalinizantes, es bueno comenzar a modificar la ecuación de nuestra ingesta diaria. Proponerse inicialmente un 2 a 1 (dos partes de alcalinizantes por cada parte de acidificantes) para luego llegar a un óptimo 4 a 1. No tener miedo a exagerar con los alimentos alcalinizantes. Ya vimos que el problema esta dado por el exceso de ácidos. De haber exceso de bases (cosa muy poco probable en organismos recargados de desechos) hay siempre en la sangre grandes cantidades de anhídrido carbónico para neutralizarlos.
También es importante que cada persona adecue la alimentación a su realidad orgánica, social y laboral. Las personas nerviosas, delgadas, friolentas, alérgicas, con dolores articulares, neuralgias, con tendencias a caries, cálculos u osteoporosis; obviamente tendrán mayores necesidades de alcalinización. Así como no todos somos iguales, tampoco todas las épocas del año exigen los mismos nutrientes.
Lo importante es basarnos en el abundante consumo de frutas (de estación y bien maduras) y verduras (crudas, cocinadas al vapor o consumidas con su agua de cocción en forma de sopas). Hacer mucho uso de repollo blanco (crudo), zanahoria, apio, papa, batata, nabos, hojas de ensalada, berenjenas, pepino y tomate. Las algas, por ser verduras marinas, corresponden a este grupo y son muy alcalinizantes debido a su riqueza en minerales básicos (magnesio, calcio, sodio, potasio). Entre las frutas, usar: limón, caqui, cereza, manzana, melón, sandía, naranja, mandarina, pomelo, damasco, ananá, banana, durazno, pera, arándano y uva.
Demás esta decir la importante que es consumir frutas y verduras de cultivo natural o silvestres, dada la mayor acidez que generan los cultivos industriales. Esto puede parecer difícil en las grandes ciudades, pero es bueno insistir en la búsqueda de productores orgánicos que están apareciendo en los cinturones verdes de las urbes.
Usar los cereales menos acidificantes (arroz, trigo sarraceno) o alcalinizantes (quinoa, mijo o cebada). Entre las frutas secas preferir almendras, dátiles, pasas de uva y castañas. Dentro del grupo de legumbres, los porotos blancos, negros y aduki resultan ser los más alcalinizantes. Como endulzante preferir la miel de abejas, stevia o el azúcar mascabo integral.
A nivel hierbas, se destacan como alcalinizantes: el diente de león, la bardana, la ortiga, la congorosa, el incayuyo y el té verde. También hay hierbas de marcado efecto depurativo como el mil hombres, el palo azul, la espina colorada, la ulmaria o la zarzaparrilla.
La macrobiótica tiene muchos alimentos alcalinizantes (tal vez poco difundidos entre nosotros). Nos referimos a la salsa de soja (no pasteurizada), el sésamo, la raíz de bardana, las algas, el poroto aduki (protector de la importante función renal), el té de banchá, la raíz de loto y las ciruelas umeboshi.
Todo esto no quiere decir que debamos dejar totalmente de lado los alimentos "acusados"como acidificantes; simplemente debemos ingerirlos balanceados por los alcalinizantes. Es el caso de las legumbres (lentejas, arvejas, garbanzos, soja, arveja), los cereales clásicos (trigo, avena, centeno), los huevos, el pescado o las semillas oleosas (nueces, maní, pistachos, girasol, aceitunas).
Por último, una recomendación importante. También se ha demostrado que el exceso de alimento es causa de acidificación corpórea. O sea que hay una razón más para que nos nutramos con moderación y al simple efecto de saciar necesidades básicas. Algo difícil de lograr cuando el alimento se convierte en una descarga emocional o, peor aún, en una adicción.